Me dirigía yo de vuelta de mis
tiempos estivales de asueto sobre una de esas cintas de contaminación
autorizada, vulgo carretera, que pisa, que
se sobrepone a los campos dispuestos por la naturaleza para que el hombre haga
camino, cuando por devoción gastronómica decidí pasarme por el mercado de
Orense y visitar a mis proveedores de cabecera de panes y empanadas, de queso y
de lacones y productos del cerdo –con perdón- en general.
Como la condición de proveedor de
cabecera – algún día os hablaré de ellos- en mi caso implica disponer de lo
sublime en cuanto a calidad pero también una confianza que nos permite un
cierto grado de afecto personal que hace que nos alegremos de habernos conocido
cada vez que nos vemos y extendamos la charla más allá del tiempo a lo general
e incluso a lo personal, uno de ellos me comentó que la crisis había paralizado
un proyecto encaminado a la supuesta modernización del edificio del mercado y
su entorno.
Me interesé por el tema y no daba
a crédito a lo que me contaban, a lo que leía. La tal modernización pasaba por
despojar al entrañable mercado orensano de uno de los espacios más peculiares,
más distintivos, más emblemáticos de este recinto que aún es capaz de contener
delicias populares, delicias por su sabor y origen sin que para serlo tengan
que estar estéticamente presentadas o elevar su precio a niveles de
“entendidos” que solo aprecian en función de lo que ven o lo que pagan. Querían
convertir el rianxo del mercado en un aparcamiento.
El rianxo del mercado de orense
es la zona de puestos no fijos, esa zona en la que uno puede encontrar frutas y
verduras que en muchos casos son producción del minifundio de quien las vende,
y uno de los pocos sitios en los que aún se pueden encontrar pavías o tomates
con sabor, de esos típicos de la zona de Galicia, rosaditos y llenos de pulpa.
Si finalmente el rianxo desaparece o se transforma en una zona de puestos fijos
todos esos minifundistas, todos esos pequeños productores que aportan la mayor
calidad, el hecho diferencial de frutas y verduras, desaparecerán, como ya ha sucedido en tantos y
tantos lugares.
Asi que bendita crisis que ha
evitado la reforma. Es una lástima que esa crisis no llegara antes para evitar
que tanto concejal de urbanismo haya dejado el infinito catálogo de obras de
mal gusto que jalonan todo lo largo y ancho de este país que aunque llamado
España sigue siendo aquel tan oportuno y venerado de Celtiberia Show, o el
España S.A. que el Forges apuntaba.
Aún conservo en la retina la
pequeña y antes recoleta, casi lúgubre con la noche y la niebla, Plaza de La
Guía en el Concejo de A Guarda (Pontevedra). Aquella plaza en la que yo entreví
por primera vez a la Santa Compaña no es ahora, después de ser enlosada,
iluminada por unas ultramodernas farolas de leds que ciertamente contrastan con
la capilla de la Virgen de la Guía que ocupa parte del espacio central de la
plaza y decorada con una fuente borbotonera, más que un monumento tipo
neoyorquino cutre al mal gusto imperante.
Asi que gracias crisis, espero
que para las concejalías de urbanismo con ínfulas de pasar a la posteridad –de
momento a la del mal gusto- dures si es
posible eternamente. Y que no nos toquen más el estómago si es que lo que
tenemos interiormente, y dada la imposibilidad de identificar mucho de lo que
comemos, sigue mereciendo tal nombre y no es algún extraño órgano mutante.