Ayer hice un recorrido por
Madrid, por el Madrid tabernario en concreto. Fue sin duda una excursión
agradable, agradable porque siempre es agradable conocer un poco más de la
ciudad en la que vives, un poco más de los entornos en los que se han movido
tus antepasados y compartirlo con personas que lo hacen aún más placentero.
Visitamos varias de las tabernas
históricas de Madrid. Casa Ciriaco, Casa
Paco, Casa Antonio, que ya no existe como tal, La Casa de las Torrijas, Casa
Labra, Casa Alberto… fue un recorrido intenso aunque no exhaustivo en el que
como siempre que voy con Fátima y Enrique de “explora lo desconocido” aprendo y
disfruto.
Pero, y ese es el objeto de esta
reflexión, entre todas las risas, los paseos, las catas y los “sucedidos” con
que se acompañan hubo una noticia que a mí me entristeció sobremanera.
La casa de las Torrijas, esa
taberna donde uno puede comer unas torrijas que hacen pensar que nos has
probado hasta ese momento las torrijas, que nos has catado hasta ese momento
las glorias celestiales ni explorado convenientemente los recovecos de tu
paladar, se encuentra a pocos meses de su desaparición. Su cocinera y su
propietario están a punto de jubilarse y sus cocidos, sus torrijas, toda esa
sabiduría popular y tradicional se jubilará con ellos víctimas de una absoluta
indiferencia de las autoridades municipales y de una legislación vigente más
preocupada del beneficio de las grandes empresas que de la preservación de lo
propio.
Una vez más tendré que contarle a
mis hijos como era algo que pertenece a su propia historia y que habrá
desaparecido ante la pasividad general, la agresividad de las franquicias que
estandarizan y vulgarizan todo lo que tocan y el dolor de los que alguna vez
hemos probado y ya nunca podremos olvidar. Ni legar.
Pongamos otra cruz, anticipada
esta vez, que acompañe en nuestros recuerdos al Horno de Miquel, A la Ibense, a
casa Antonio, al Martinot y a la mayor parte de nuestros artesanos de la
alimentación que ni existen ni por tanto importan a los estamentos oficiales
preocupados por las prebendas y beneficios
de apoyar al poderoso.
Una última cosa, solo porque
estoy convencido de que son incapaces de leer entre líneas. Hace falta ya una
ley que permita preservar las joyas artesanas de este país, que permita, y es
también empleo y futuro, la figura de los aprendices que sean capaces de
preservar el conocimiento y la tradición de nuestros “santos” lugares. El que
avisa no es traidor.
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