domingo, 2 de febrero de 2014

Crónica de Una Muerte Anunciada

Ayer hice un recorrido por Madrid, por el Madrid tabernario en concreto. Fue sin duda una excursión agradable, agradable porque siempre es agradable conocer un poco más de la ciudad en la que vives, un poco más de los entornos en los que se han movido tus antepasados y compartirlo con personas que lo hacen aún más placentero.
Visitamos varias de las tabernas históricas de Madrid.  Casa Ciriaco, Casa Paco, Casa Antonio, que ya no existe como tal, La Casa de las Torrijas, Casa Labra, Casa Alberto… fue un recorrido intenso aunque no exhaustivo en el que como siempre que voy con Fátima y Enrique de “explora lo desconocido” aprendo y disfruto.
Pero, y ese es el objeto de esta reflexión, entre todas las risas, los paseos, las catas y los “sucedidos” con que se acompañan hubo una noticia que a mí me entristeció sobremanera.
La casa de las Torrijas, esa taberna donde uno puede comer unas torrijas que hacen pensar que nos has probado hasta ese momento las torrijas, que nos has catado hasta ese momento las glorias celestiales ni explorado convenientemente los recovecos de tu paladar, se encuentra a pocos meses de su desaparición. Su cocinera y su propietario están a punto de jubilarse y sus cocidos, sus torrijas, toda esa sabiduría popular y tradicional se jubilará con ellos víctimas de una absoluta indiferencia de las autoridades municipales y de una legislación vigente más preocupada del beneficio de las grandes empresas que de la preservación de lo propio.
Una vez más tendré que contarle a mis hijos como era algo que pertenece a su propia historia y que habrá desaparecido ante la pasividad general, la agresividad de las franquicias que estandarizan y vulgarizan todo lo que tocan y el dolor de los que alguna vez hemos probado y ya nunca podremos olvidar. Ni legar.
Pongamos otra cruz, anticipada esta vez, que acompañe en nuestros recuerdos al Horno de Miquel, A la Ibense, a casa Antonio, al Martinot y a la mayor parte de nuestros artesanos de la alimentación que ni existen ni por tanto importan a los estamentos oficiales preocupados por las prebendas y  beneficios de apoyar al poderoso.

Una última cosa, solo porque estoy convencido de que son incapaces de leer entre líneas. Hace falta ya una ley que permita preservar las joyas artesanas de este país, que permita, y es también empleo y futuro, la figura de los aprendices que sean capaces de preservar el conocimiento y la tradición de nuestros “santos” lugares. El que avisa no es traidor. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario